jueves, 3 de mayo de 2018


PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (46)
CAPÍTULO III
La casa del abuelo
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Cumpliendo órdenes maternas, me dirigí junto con mi hermano y Jeremías al cuarto situado en el extremo del pasillo, que como todo en la casa, era espacioso y desangelado. Las dos camas niqueladas estaban enfrentadas, por situación y por estética, a un vetusto armario de madera cuyas puertas debieron, tiempo atrás, cumplir con su cometido y ahora, desencajadas, no permitían cerrar el habitáculo. Sus cerraduras eran ojos que miraban a las camas, y éstas les devolvían la mirada sin poder ver su imagen en el espejo del cuerpo central del armario, totalmente deslustrado.
Deduje que la cama de la izquierda era la que me correspondía, porque en su cabecero tenía enredado un cable de cordón trenzado terminado en un interruptor de pera que me otorgaba la facultad, como hermano mayor, de encender o apagar la luz cuando quisiera. Jeremías, atraído por la novedad, hizo funcionar varias veces el artilugio, entreteniéndose con el parpadeo de las bombillas, hasta que él mismo, sacó a la luz, un sentimiento que le carcomía en su interior, intermitentemente, como los destellos de la lámpara:
―¡Qué suerte tenéis lo ricos!
―¿Por qué? ―preguntó Tinín inocentemente.
―¡Por qué va a ser! Sólo los ricos pueden pagar la luz al molinero. Los pobres como yo, nos vamos a la cama con un carburo, y si de noche tienes que levantarte, lo más fácil es que te escoñes.
―¿Qué es eso? ―preguntó Tinín.
―Anda majo, vete a jugar, que estas conversaciones son de mayores ―le dije, para salir del apuro.
Cuando Tinín se marchó, a Jeremías le faltó tiempo para preguntarme:
―¿Pero de verdad no sabe tu hermano qué es escoñarse?
―¡Claro que no! Nosotros no empleamos esas palabrotas.
―¡No me jodas…! ¡Qué atrasados estáis en la capital! ―sentenció Jeremías, cada vez más convencido de que me era imprescindible como profesor. Luego se tendió a la larga en mi cama, dando pequeños saltitos, como queriendo comprobar la blandura de la lana.
―¡Esto sí que es un colchón y no la mierda de jergón que tengo en casa! Te se clavan las hojas del maíz como alfileres.
―«Te se» ¡no! Se dice «se te» ―le corregí, para demostrarle que los de capital también podíamos enseñar cosas.
―Lo diré como tú quieras; estoy acostumbrado a obedecer. El caso es que te levantas hecho polvo y luego no rindes en la escuela. La señorita Marciana siempre va a mis padres con el cuento de que me quedo dormido. ¡Qué sabrá la tía esa! Seguro que ella descansa espatarrada en un colchón como éste.
Jeremías se incorporó sentándose en la cama, donde siguió comprobando la calidad del colchón y del somier, brincando cada vez con mayor intensidad, hasta que no pude por menos de advertirle:
―¡Párate ya! Como sigas saltando, me veo durmiendo con Tinín en la otra cama.
 Y no lo dije por decir, pues cabecero y piecero, aproximándose a cada salto, amenazaban con terminar abrazados.
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