domingo, 15 de abril de 2018


EL ECHADOR DE CARTAS

Para él, en cuestiones de amor, nunca hubo buenos tiempos. Paco, un oficinista próximo a la cuarentena, había tenido varias novias y de aquella relaciones conservaba el sabor amargo de la frustración. El primer amor apenas le duró unos meses: María parecía tenerlo todo pues, a sus veinte años, amén de lozanía, desprendía alegría y vitalidad por doquier. Era tan aficionada al baile, que a Paco no le quedó más remedio que matricularse en una Academia de baile y aprender a moverse, a marchas forzadas, al ritmo de la música caribeña. La experiencia no resultó del todo satisfactoria, porque poco dotado para el movimiento convulsivo de caderas, María aprovechó esta circunstancia para que, con el pretexto de no recibir más pisotones, bailar formando  pareja con el dueño de la Academia; pareja con la que siguió practicando en horas no lectivas y no siempre con música.

Tras la primera decepción, que dicen que es la que más duele, conoció a Mamen que era el polo opuesto  a María. Seria, responsable y hogareña, parecía concentrar en su persona los valores que un hombre busca en la futura madre de sus hijos, pero tampoco en esta ocasión la suerte acompañó las pretensiones amorosas de Paco pues, Mamen tan solo quería salir de paseo los domingos después de Misa de doce y si el novio deseaba saludarla entre semana, tenía que ser, forzosamente, en el trayecto que mediaba desde el portal de su amada hasta la Iglesia en donde acudía diariamente a rezar el Rosario, seguido de Exposición y Misa. En total, más de hora y media dedicadas al amor divino  y solo cinco minutos al amor humano, justo el tiempo que tardaba en regresar a casa. A Paco le pareció demasiada tanta beatería y aunque, para entonces, ya había aprendido un gran número de oraciones, jaculatorias y letanías, decidió dejar a Mamen rezando en solitario los Misterios del rosario, en vista de que para él, todos los días recitaba cincuenta Ave Marías de Misterios Dolorosos.

La siguiente experiencia fue la peor de todas: Buscó en la sección de contactos de un periódico, números de teléfono que le rescataran de su soledad, y de las cuatro citas que concretó, tres resultaron ser de mujeres de la vida y en la última, conoció a un travesti.

Recluido en su casa, ni los libros ni la música y mucho menos la televisión, satisfacían sus ratos de ocio, porque nada en su mente reemplazaban el secreto deseo de encontrar el amor. Llegó a pensar que un extraño maleficio se había apoderado de él forzándole al celibato y, en plena crisis obsesiva, recurrió a las esotéricas artes de un afamado echador de cartas, a fin de que le revelara la causa de su infortunio y, a ser posible, predijera su porvenir en el asunto que le atormentaba.

Vestido al estilo oriental, cubierta la cabeza con un turbante cachemir, rodeado de cientos de imágenes y a la tenue luz de una vela roja de hachón, el Mago Tellín, recibió a Paco en una atmósfera de sofocante olor a incienso. Tras unos minutos en los que Paco expuso el motivo de su visita, el Mago Tellín primero guardó silencio durante unos segundos y, acto seguido, comenzó a colocar cartas sobre la mesa, acariciándose en cada colocación, la perilla. Al cabo de unos instantes que a Paco se le hicieron eternos, emitió su diagnostico:

Has tenido un pasado desafortunado—pronunció con afectada gravedad—, pero a partir de ahora barrunto para ti un futuro esperanzador. Veo una mujer en tu vida que te dará toda la felicidad del mundo. Es rubia, muy femenina y, desde hace tiempo está intentado darte todo el amor que posee. Te amará incondicionalmente. No rechaces su afecto a pesar de que te supera en veinte años y es más bien regordeta, pero en su compañía, tendrás la fortuna de vivir en un ambiente hogareño. La felicidad te aguarda. Eso es todo—concluyó.

Gracias, Mago Tellín. Su predicción me llena de felicidad—respondió, Paco, emocionado. ¿Qué le debo?

Ha sido un caso complicado—argumentó el Mago—, con quinientos euros pagarás parte de mi esfuerzo mental.

Paco regresó a casa con una alegría inmensa. Se sentía ligero, ilusionado y con unas enormes ganas de encontrar cuanto antes a esa mujer que le amaría sin condiciones.

Ya en casa, contó a su madre todo lo sucedido, pero a medida que avanzaba en la narración se fue dando cuenta de que el pelo rubio, la edad, las hechuras, absolutamente todo lo que contemplaban sus ojos, se correspondía con las de la mujer soñada que el Mago le había descrito. ¿Cómo no haberse percatado antes del engaño? Omitió la decepción a su madre y pretextando dolor de cabeza se retiró lloroso a su cuarto. Al desvestirse, sus ropas seguían oliendo a incienso y mirra. El oro se lo había quedado el Mago Tellín.


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