jueves, 18 de enero de 2018

PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" (42)
CAPÍTULO VI
La ilusión

El año se inició con los mejores presagios. Conservaba en la boca el dulzor de turrones y mazapanes de fechas recientes, y también, en los labios, otra sensación más dulce y placentera que la anterior: el suave contacto con las mejillas de Cécile. Me encontraba en un estado de ardiente duda, porque si por un lado deseaba verla cuanto antes, por otro, temía que en nuestro siguiente encuentro no se alcanzaran las cotas de embelesamiento sentidas en la última ocasión. Por eso, entretenía la espera imaginándola a cada instante, aguardando con ansiedad el momento de contemplar de nuevo la candidez de su mirada. A Daniel tan sólo le llamé para felicitarle el año, sin quedar para salir, porque no quería forzar la situación ni que se me viera el plumero. Mi poca experiencia me decía que un interés manifiesto por una chica, podría ser contraproducente. Pletórico como estaba, no me costó trabajo plasmar en unos versos la ilusión puesta en ese encanto de criatura en la que pensaba continuamente y que para mí era una reina, por eso me pareció que la composición más apropiada para referirme a ella tenía que ser una octava real. Decía así:

A CÉCILE
A tu lado detecto la fragancia,
la ilusión pura que el afán destila,
flor rutilante de olorosa Francia,
azul de cielo claro en tu pupila.
Por lejos que te encuentres, no hay distancia,
sólo con recordarte, se encandila
la musa que sin ti desaparece,
y contigo, Cécile, resurge y crece.

No habían transcurrido ni unas horas desde que concluí la octava, cuando recibimos una llamada telefónica de Nacho, comunicándonos que llegaría a nuestra ciudad el día cinco de enero, aproximadamente al mediodía. Margarita, que en ese momento se encontraba de compras, al llegar a casa y conocer la noticia, deshaciéndose de los paquetes, brincó y gritó rebosante de alegría. Para entonces, mi madre había comenzado a perfilar los últimos retoques para que todo reluciera como el jaspe; tarea que se continuó en los días siguientes en los que las tatas trabajaron febrilmente para que en suelos, alfombras, cortinas y muebles no quedara mácula de suciedad ni de polvo.
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