jueves, 20 de julio de 2017


PASAJES DE "CÉCILE.AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA"(36)

CAPÍTULO V

La Acogida

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―¿Qué planes tenéis para el año nuevo? ―nos preguntó a Daniel y a mí, para iniciar la tertulia.

Por puro azar, la pregunta acertó de lleno en el motivo de mi visita, y como era de esperar, me acordé de Goyita y contraje la mandíbula de manera involuntaria, mordiendo el bombón que, al ser de licor, derramó en mi boca su contenido, con tan mala fortuna que el líquido se me fue por la laringe. ¡Creí morir por atoramiento y por vergüenza! Parte del bombón salió despedido, salpicando los alrededores, mientras que en mi ahogamiento lanzaba sonidos extraños. Inmediatamente, todos me rodearon, ofreciéndome servilletas de papel, en tanto recibía una lluvia de consejos: “Levanta el brazo”, “Respira profundamente” o “Intenta tragar saliva”, pero que, de momento, no detuvieron los tosidos ni la sensación de estar pasándolo mal. Cuando por fin conseguí rehacerme, con voz ronca di las gracias y pedí disculpas por las molestias ocasionadas, mientras un par de lágrimas brotaban de mis ojos por el esfuerzo realizado. ¡Mi visita a los Casarell-Dupont no podía comenzar peor!

Tanto madame Stéphanie como Charlotte, me disculparon, intentando no abochornarme más de lo que estaba, alegrándose de que el incidente se hubiera pasado.

―Quédate un ratito sin hablar y ya verás cómo te recuperas ―sugirió Charlotte, actuando en el papel de hermana mayor.

No me quedó otra que hacerle caso. Charlotte era una joven muy bella de figura estilizada, que al igual que su madre, cruzaba las piernas al sentarse, mostrando unas rodillas preciosas comienzo de unas piernas interminables. Intentaba, sin éxito, estirar a cada poco la longitud de la falda tubo, en un ademán coqueto. Me dijo que se sentía encantada de conocerme. Comprendí que sus palabras eran pura cortesía y una manera de que pasara el tiempo para que me pudiera reponer de la sofoquina. Intentando que mi voz se aclarara, pidió a su hermana que me trajera un vaso de agua. Cuando Cécile me acercó el vaso, se inició en mí una súbita mejoría. Sentándose a mi lado, me lo ofreció, y mientras mojaba mis labios en él, noté como su mano se deslizaba por mi espalda en un intento de que el tránsito fuera placentero. Seguramente en la Gloria experimentaremos sensaciones parecidas a las que yo sentí en aquel momento. Al volver la cabeza para darle las gracias, me encontré con unos ojos maravillosamente azules que me miraron fijamente, envolviéndome con una luz desconocida para mí hasta entonces.

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2 comentarios:

  1. Buenos días, Mª Ángeles. El no disponer de internet cuando deseo, me ha hecho no responderte tan pronto como quisiera. Agradezco tu comentario y más la carita que se asoma a mi blog, sonriente. Abrazos.

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