LAVAR Y PEINAR
Estar a punto de cumplir los cincuenta y no haber
encontrado un hombre con el que poder compartir amor y ternura, era para Clara,
una pesada losa con la que iniciaba su andadura diaria. Perdida la flor de su
juventud, las muchas promesas incumplidas y los subsiguientes desengaños
amorosos, habían quebrantado hasta tal extremo su deseo de agradar, que no
prestaba atención a todo lo concerniente a su arreglo personal, dando la apariencia de una mujer de mayor edad, descuidada,
conformista e indiferente. Contemplaba el mundo sintiéndose ajena a todo cuanto
ocurría en él y ni siquiera se molestaba en ser la protagonista de su propia
historia personal.
Afortunadamente para ella, las cosas empezaron a
tomar otro cariz, el día en que recibió una invitación para asistir a la boda
de un pariente lejano. No de muy buena gana, adquirió un vestido de ceremonia
y, casi obligada y acompañada de su mejor amiga, penetró en la peluquería de
Fran para someterse a un radical cambio de look. Conocedor de su oficio, las
hábiles tijeras del estilista, cortaron y recortaron mechones de aquel cabello,
durante tanto tiempo maltratado; tiñó canas, suavizó y dio brillo a la
abandonada cabellera, modelándola hasta conseguir que fuera el marco ideal en el
que el rostro de Clara resplandecía jovial y atrayente. Al concluir la sesión,
al mirarse en el espejo se encontró favorecida, reconociendo, con absoluta sinceridad, que
peinado, busto y caderas componían un todo armónico altamente sugerente para
los futuros comensales masculinos.
Y no estaba equivocada. Su presencia en el enlace no
pasó desapercibida para parientes y conocidos y mucho menos para Germán, un
apuesto y atractivo militar retirado, que desde que enviudó, hacía ya algunos
años, buscaba remedio para abandonar a un mismo tiempo soledad y necesidad.
Acostumbrado a batirse en mil batallas amorosas en tiempos de austeridad
afectiva, no le fue difícil arrancar de Clara el compromiso de verse de nuevo y
tratar de conocerse más a fondo. Clara aceptó complacida el ofrecimiento,
aunque el militar la aventajara en edad y posición social, si bien su semblante
no consiguiera ocultar, pese a la aparente amabilidad, rasgos de autoritarismo.
De cualquier forma, desde ese momento, Clara, tomó conciencia de su valía y
comenzó a preocuparse por adecentar el porte, comenzando por acudir
semanalmente a la peluquería de Fran a quien consideraba artífice importante de
su espectacular cambio. A él le confiaba cada encuentro con Germán para que
opinara sobre lo que le decía y el modo en que debería actuar para que la
relación progresara. Fran, daba su parecer y le advertía: " Da tiempo al
tiempo. No te precipites", mientras que con una lentitud inusual componía
el cabello de su clienta. A medida que pasaban las semanas, Fran dedicaba más y
más tiempo a Clara, pues las pláticas entre ellos le resultaban del todo interesantes,
esperando con creciente ansiedad su próxima visita.
Sin embargo, un buen día, Clara se presentó de
improviso en la peluquería y con un gesto de preocupación, dijo a Fran:
"Tengo que hablar contigo. Sé que no estoy citada, pero me tienes que
teñir. Germán me ha pedido en matrimonio". Fran, reponiéndose de la
noticia y tras observarla, dijo con voz afectada: "Ven, siéntate. No
necesitas tinte, simplemente, lavar y peinar". Tomó el champú en sus
manos, lo extendió sobre la cabeza que se ofrecía sumisa y comenzó diciendo:
"Durante el tiempo de tu noviazgo he escuchado pacientemente toda tu
relación y pienso haber obrado honestamente aconsejándote sobre el modo de
comportarte. He sufrido lo indecible pensando, que cada vez que te acariciaba
el cabello, otras manos podrían posarse en él sin la delicadeza con la que yo
lo trato. Te pedía que volvieras cada semana con el deseo de verte de nuevo,
deleitándome con tu presencia. Confieso, que hasta hoy, me ha faltado el valor necesario
para decírtelo por no estropear tu ilusión, pero ha llegado el momento de
confesarte que tú y yo podíamos empezar a pensar en recorrer juntos un camino
diferente y duradero. Te quiero, Clara; estoy convencido de que te quiero y
pienso que conmigo serías más feliz que con Germán"—concluyó mirando en el
espejo el rostro de Clara, que se había incorporado".
Con la cabeza empapada, Clara, se colocó una toalla
a modo de turbante y pidió a Fran que se sentara junto a ella. "Tengo
necesidad de sincerarme contigo—comenzó diciendo—. En los últimos meses, no he
te he contado la verdad. Es cierto que con Germán salí dos o tres veces; lo
hice hasta desengañarme de su amor fingido, porque su interés por mí era
únicamente material: ansiaba mi cuerpo y no mi alma. Entonces, empecé a
imaginar conversaciones que me hubieran agradado escuchar, recibiendo por tu
parte respuestas con las que me ibas enamorando, día a día. Venía a la
peluquería con la única intención de conocer cómo respondías a mis fantasías y
de sentir tus manos acariciando mi cabeza, estremeciéndome con el roce de tus
dedos sobre mi nuca... Hoy, he decidido no continuar con la farsa y me inventé la
apremiante boda para saber cuál sería tu reacción —con los ojos húmedos, prosiguió—.
Te ruego que me perdones por haber utilizado esta estratagema, pero era el
recurso que me quedaba para comprobar si era cierto que lo que me aconsejabas
que dijera a Germán, era en realidad lo que tú deseabas escuchar.
Fran la miró con ternura. Con sus manos, apretó
suavemente la toalla, acariciando más que secando el cabello y acercando su rostro
al suyo la besó con incontenible pasión. Abrazados la llevó casi en
volandas hasta colocar suavemente la
cabeza de su amada sobre el lavabo y dijo embargado por la emoción:
"Hoy no tienes necesidad de teñirte, para
iniciar nuestro romance basta con un sencillo: lavar y peinar".
.
Delicioso, Carlos
ResponderEliminarGracias, María Ángeles. Con una sola palabra, haces que el relato adquiera otra dimensión. A mí, al menos, me suena a música celestial
EliminarPosees el arte, de llevar al lector de la mano a través de tus letras, y vivir lo que cuentas en primera persona.
ResponderEliminarTe felicito.
Un abrazo.
Quizás, el mérito no sea únicamente mío. sino que depende de quién me lea. En tu caso, Maripaz, demuestras ser una avezada lectora, por eso te imbuyes en la trama. Gracias y correspondo a tu abrazo con otro dado en primera persona.
Eliminar