PASAJES DE “ CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS…"( 5
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CAPÍTULO I
La Ostentación
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Soportando
tan dolorosa situación, he de decir, sin embargo, que una cosa tengo que
agradecer a Arancha: el despertar de mi vocación poética. Mientras me hablaba,
con la mente totalmente alejada de lo que me decía, iba hilvanando versos que
luego acababa de rimar por las mañanas. Estas composiciones nunca llegaron a
oídos del objeto de mi inspiración ni a conocimiento de mis padres, hasta
bastante tiempo después. Uno de los sonetos, compuesto con aires quevedescos,
fue éste:
SONETO A ARANCHA
Dime
si he de mirar tus tristes ojos
como
bosques poblados de legañas,
sin
dejar de agitarse mis entrañas
hasta llegar mi ser a ser despojo.
Dime
si he de seguir siendo el antojo
donde
recaen tus artes y artimañas,
pues
si te gusto, veo que me engañas
cuando miras a otros de reojo.
Deja
volar el gavilán que encierro,
deseoso
de hallar otra paloma
que sacie mi apetito en el destierro.
No
quieras cual rocín, darme la doma,
pues
tengo el corazón forjado en hierro,
que
no afectan palabras de carcoma.
Con
Los Echegáriz como únicos acompañantes de nuestras tardes estivales, tuve
ocasión de familiarizarme con las costumbres y formas de pensar de esta
pudiente familia. Encontré bastante similitud entre mi madre y doña Camino;
ambas muy sensatas y rezadoras. Lo mismo ocurría con mi padre y don Ignacio,
vehementes y apasionados defensores de la causa del Generalísimo.
Una
tarde, mientras tomábamos un refresco sentados en un chiringuito desde el que
se divisaba el ratón de Guetaria, surgió la conversación acerca de Picasso y de
su famoso “Guernica”.
―No
me negara usted ―dijo mi padre, dirigiéndose a don Ignacio―, que para pintar
esa mamarrachada, que podría haber hecho un muchacho de la edad de Tinín, se
necesitaba ser un consumado pintor. ¡Y lo peor es que la gente no entiende de
pintura y ahora el cuadro lo tienen expuesto en el Museo de Arte Moderno de
Nueva York como si se tratara de una obra de arte!
―A
mí también me parece ―sentenció, don Ignacio―, que para pintar caballos
retorcidos, toros bizcos y mujeres esperpénticas, la fama que tiene el cuadro
es inmerecida. ¡Pero, claro! todo es obra del contubernio judeo-masónico que
intenta desprestigiar a nuestro Caudillo.
―Cuando
la obra está expuesta en un museo tan importante, será porque tiene cierta
calidad artística ―dijo, cautelosa, mi madre.
―¡Tú
que sabrás de pintura! ―respondió enérgico mi padre―. Yo lo que veo mirando el
cuadro es una flagrante ofensa contra el Generalísimo, y, si me apuras, contra
nuestra fe católica. Con el toro, el caballo, la mujer y el niño, estoy seguro
de que ese ilustrador comunista ha querido representar sacrílegamente el
nacimiento de Cristo en el Portal de Belén.
―No
creo que la imaginación de ese tal Picasso ―corroboró doña Camino― llegara a
tanto. Él pintó lo que le dio la gana, riéndose a placer de esa troupe de
pseudo-intelectuales republicanos que se lo encargaron, y además ¡buenos
dineros les sacó! Y era dinero de todos los españoles.
―Así
se escribe la historia ―concluyo mi padre, apurando la caña de cerveza―. Nos
quieren dar gato por liebre. Para mí, un caballo en pintura es lo que plasmaba
Velázquez, y para toros los de Goya. Lo demás son paparruchas.
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